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Soy Barcelonista, orgullosamente Barcelonista. Y también soy de muchas otras cosas: aficionada del BM Granollers, catalán, español y muchas otras cosas. Me considero, pese a todas mis particularidades, una persona objetiva y nunca he dejado que los colores que llevo en el corazón me cegaran. El sábado pasado, durante la final de la Copa del Rey, me sentí ofendido por la manifestación de xenofobia que tuvo lugar durante la pitada del himno. Para mi pitar contra un himno, esté o no amparado en la libertad de expresión, es una demostración de odio hacia un símbolo. Si se hubiera pitado contra Els Segadors, sería de odio anticatalán; si se pita contra la Marsellesa es de odio antifrancés y si se pita contra el himno español, es de odio antiespañol. Y punto.

No me gusta que esto haya sucedido en el Camp Nou por que el FC Barcelona nunca ha sido un club antiespañol. Me molesta porque la pitada, dirigida y organizada por grupos minoritarios, es promovida por aquellos sectores que promueven la identificación exclusiva de la entidad con una forma excluyente de entender Catalunya.

El Barça ha sido siempre més que un club, porque ningún otro ha sabido reflejar la pluralidad de la sociedad catalana, incorporar todos sus acentos y peculiaridades. Eso lo ha hecho grande en Catalunya y ha permitido que sea también la primera entidad en cuando a peñas y seguidores en toda España y uno de los clubes con mayor expansión en el mundo. La camiseta blaugrana se luce en todos los rincones del planeta desde el altiplano andino hasta un recóndito rincón del Sahel. El Barça es un club global. Hay que sentirse orgulloso de ello.

La pasión blaugrana es compartido por personas de todas las creencias, colores, sentimientos, identidades e ideologías y muchas de ellas estaban presentes en el Camp Nou el sábado. Amigos que estaban allí con el objetivo de disfrutar de un gran espectáculo deportivo me dijeron que eran más lo que durante el himno se mantenían en silencio que los que pitaban. Como sucede siempre, el silencio de la mayoría quedó aplastado por el alboroto de la minoría.

Empieza a ser hora de alzar nuestra voz porque al final esa minoría ruidosa acabará por dinamitar los cimientos del que es sin duda el mejor club del mundo.

Sergi Torres

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