Miró a la luna un buen día,
y creerse no podía
que narrara con su voz
aquella imagen de vida,
de unos norteamericanos
que alucinaban a Hermida.
Lo fue todo, libremente,
en radio y televisión.
Sedujo creando escuela
con gran imaginación
y, ante la tele basura
Jesús, no se doblegó.
Fue periodista de raza
triunfando toda su vida
y un buen día se marchó
con suprema cortesía;
pues su mente creadora,
sumisiones, no admitía.
Y murió escuchando versos
leídos por sus amigos.
Los versos de Juan Ramón
le durmieron los sentidos;
que eran cantos onubenses
de sus recuerdos de niño.
Francisco Barbachano