Este libro editado en Alemania a finales del siglo XV, escrito por el inquisidor dominico Heinrich Kramer, fue durante casi tres siglos uno de los best seller incunables del Renacimiento, y de la impropiamente llamada Edad Moderna europea. La traducción sería Martillo de Herejes. Ese libro fue el Mein Kampf de Hitler de la época. Que ambos fueran alemanes austriacos es simple coincidencia.
Un libro aceptado por la Iglesia, también la protestante, que reconocía la brujería como instrumento del Maligno, y para preservar la moral del pueblo, la necesidad de perseguir y quemar a las brujas, que eran mujeres porque el diablo las captaba fácilmente, pues eran más ignorantes que los varones. Además, de que las hembras concupiscentes arrastraban a los hombres al pecado. Vamos, que el diablo utilizaba a la mujer para ganar clientela en el infierno… Era un Tratado de Misoginia. Con esta estupidez creída a pie juntillas durante esos siglos, decenas de miles de mujeres fueron a la hoguera en una época siniestra en la que la ignorancia y la superchería iban de la mano.
Con la llegada de la Ilustración el Malleus Maleficarum aparentemente quedó olvidado, pero no ha muerto sino que ha llegado hasta nuestros días, como las serpientes, mutando de piel.
En el siglo XX los totalitarismos de todos los pelajes: Hitler, Stalin o Mao; cada uno arrastrando su propia paranoia: el nazismo defendiendo la superioridad de la raza aria; el comunismo con su quimera de la dictadura del Proletariado para llevarnos al paraíso en la Tierra de la fraternidad internacional; pero no sólo los totalitarismos sino la propia democracia estadounidense con la caza de brujas del macartismo, durante la Guerra Fría, que no era sino un remake adaptado al siglo XX del viejo Malleus.
Pero el siglo XXI nos está demostrando que el mal no es una invención diabólica, sino del ser humano. El 11-S cambió el mundo. Estados Unidos, la potencia mundial herida en su amor propio, juró venganza y planteó la guerra de forma explícita entre los viejos conceptos del Bien contra el Mal. Ellos eran el Bien, los otros eran la encarnación del Mal. Había que eliminarlo.
Y para acabar con el Mal todo está permitido, como planteaba el inquisidor Kramer o su contemporáneo Torquemada: invadir Afganistán, destruir Irak, convertir una base militar en el campo de concentración de Guantánamo… y como el Mal no es una invención, sino una realidad el huevo de la serpiente ha empollado en un nido ahora bautizado como la Yihad, con ese fantasmal Estado Islámico, y ahora crecen como setas los hijos de la desesperación, y nos aparecen vástagos que ya son nuestros vecinos.
El hombre está condenado a convivir con el Malleus Maleficarum de su propia generación. La Historia está llena de muchos cabrones como Kramer…
Roberto Giménez