mariano

Desde que el señor president de todos los catalanes y representante del Estado en Catalunya recibió la noticia de que le habían cercenado por imperativo legal la ley de consultas en la que tenía puestas todas sus esperanzas, no desaprovecha ocasión cuando está ante un auditorio más o menos numeroso para proclamar que las elecciones del 27-S serán plebiscitarias.

El buen hombre, como cualquier ciudadano beneficiario de los derechos que otorga la Constitución española, es muy libre de ejercer su derecho de expresarse como mejor le parezca.

Expresarse como a uno mejor le parezca, tiene, sin embargo, inconvenientes. Lo mejor que puede hacer uno sino quiere ser tomado por lo que no es, es expresarse con la mayor precisión posible y sin que induzca a error al interlocutor.

Para el diccionario de la RAE, “plebiscito” es una consulta que los poderes públicos someten al voto popular directo para que apruebe o rechace una determinada propuesta sobre una cuestión pública o legal.

Para el diccionario de la lengua catalana, “plebiscit” es una consulta que la autoridad política hace a la voluntad popular sobre una cuestión de interés general.

El diccionario catalán es algo más parco, pero, ambas definiciones dicen lo mismo, aunque una utilice “poderes públicos” y la otra “autoridad política”, una utilice “somete al voto popular directo” y otra “hace a la voluntad popular” y una utilice “cuestión pública o legal”  y la otra “cuestión de interés general”.

Con lo que los  ciudadanos no comulgan es que un poder público o una autoridad política trate de darles gato por liebre, los induzca a la confusión o les manipule como si aún estuvieran en edad de creer en los Reyes Magos: unas elecciones no tienen absolutamente nada que ver con un plebiscito.

Esa pertinaz insistencia en disfrazar las cosas, montárselas a la medida, mezclarlas, hacer con ellas un revoltillo de conceptos,  es una fórmula arcaica, completamente obsoleta, de comunicación política. Era una práctica muy arraigada en los tiempos del fascismo.

En plena campaña de desagravio a la ciudadanía prometiendo aplicar a rajatabla los principios de la transparencia, se pretende convertir unas elecciones en un plebiscito. Ni que la gente fuera tonta.

M. Riera

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