Hoy tenia tres temas para escribir: dos políticos (la divergencia entre la acusación de la Fiscalía y la de los Letrados del Estado; el traslado de los restos de Franco y su incierto; o lo abusos de pedofilia del domingo pasado iniciado por El País).

Me decanto con la pedofilia que avergüenza a los católicos porque no lo entendemos. Quiero hablar de ello por experiencia propia. No se me mal interprete, yo no he recibido esos abusos pese a que en los años 60 fui monaguillo en la Catedral de Lleida. Era de la Escolanía. Estar en la sacristía vistiendo y desvistiendo la casulla  blanca y encarnada, y ayudar a vestir a los canónigos era el pan nuestro de cada día. El sábado teníamos suplemento gravoso de tener la obligación de ir  a las cinco de la tarde al coro labrado de ébano que me daba palo porque no se me dejaba ver la tele una, grande y libre de mi niñez. El domingo tocaba la misa preceptiva. La catedral era mi segunda casa. Lo de los abusos a los monaguillos me suenan a película de ciencia ficción. No digo que sea un invento de mentes calenturientas, hablo de mi experiencia de cinco años porque luego tuve dos años más de master en los Hermanos Maristas de plaza Catalunya, más de lo mismo porque venía de la Escolanía.

***

Fue muchos años más tarde cuando, ya periodista, tuve una mala experiencia con el Obispo de Granollers Jaume Traserra Cunillera.

El fotoperiodista y amigo Josep García (que a diferencia de otros de tanto en cuanto me viene a ver pese a que está más activo que nadie porque es el actual jefe de fotografía de El Periódico de BCN…), me comentó que había leído un libro en el que aparecía don Jaume Traserra. Antes de ser obispo de Solsona era el tesorero del Obispado de Barcelona. En el libro se le acusaba no de haber cometido ese pecado por acción sino por omisión, al haber protegido a un rector acusado de pedofilia de BCN. Lo escribí en una crónica de sociedad de media página. Intenté hablar con él pero no accedió, así que hice un resumen de ese capítulo de escándalo  porque empezaba a ser noticia (hablo de 1995).

Desde ese día dejó de hablarme.

Yo no le dije nada a mi presidente Pere Viaplana. Un año después me dijo que había ido al palacete de can Cunillera, en la plaza de la Porxada, para pedirle, en mi nombre, perdón. Me encanto esa iniciativa porque el ‘duro’ Viaplana me trataba como si fuera su hijo.

No he conseguido hablar nunca más con el Obispo de Granollers que tiene un nicho reservado en la parroquia de su ciudad natal.

Su padre, el cacique con más propiedad inmobiliaria en la Granollers del hambre y del estraperlo de los años 40. Una tarde mi presidente me dijo que el padre de Jaume Traserra decía en el Casino que su primogénito sería Obispo. Pere Viaplana me lo dijo cuando fue nombrado Bisbe de Solsona…

Roberto Giménez