Es una expresión típica en inglés que hace referencia a esa sensación de seguridad que se da cuando el individuo se siente parte de un grupo grande: desinhibe a los humanos del respeto a las normas, les libera del peso de calcular las consecuencias de las decisiones y las acciones propias.

La tempestad previsible cuajaba sobre nuestras cabezas el día antes del día que conmemoran muchos como un gran logro. ¿Acaso se le ocurriría a cualquier ciudadano plantarse un día cualquiera delante de un agente de cualquiera de los cuerpos de seguridad del estado e impedirle el paso sabiendo que ejecuta una orden judicial? ¿Podría ese ciudadano esperar que el agente hiciera uso de la fuerza para hacerle desistir de su actitud? Sí, sí aquí, en Londres, en París, en Estrasburgo y en cualquier estado democrático de la Unión Europea.

Pero ese día 30 eran miles, cientos de miles de catalanes se preparaban para hacer precisamente eso, y el resto de catalanes, tan catalanes como ellos, lo veíamos venir. No se había esperado al contexto político propicio, como en Escocia, no se habían calculado los efectos económicos, políticos y de convivencia que resultarían de tirar adelante.

Hace mucho tiempo que en Cataluña no se hacen las cosas bien. Hace años que se excluye y se arrincona a quien defiende la pluralidad, que se riega con subvenciones selectivamente para favorecer el crecimiento del independentismo, que se potencia la animadversión del ciudadano contra el gobierno central, que se utiliza la lengua no como el tesoro y la esencia de un pueblo abierto al mudo, sino como una barrera profiláctica contra la contaminación de la cultura y la lengua españolas, que no son extranjeras, sino propias también. Hace mucho tiempo que el ideario independentista utiliza a España para autodefinirse como mejor, más justa, más de todo lo que sea positivo.

Y no cuela; la gestión de la Generalitat no ha estado nunca limpia de corrupción, el endeudamiento de Cataluña denota una pésima administración de los recursos y, aun así, Cataluña ha conseguido florecer por encima de la media. Eso sí, enraizada dentro de un contexto democrático y aprovechando las plataformas económicas de la pertenencia a la Unión Europea, una institución que pretende eliminar fronteras y favorecer la solidaridad.

Demos gracias que la cosa no fue a ninguna parte, que a nadie se le ocurrió conceder la independencia emanada del mandato… ¿democrático? Pobre interpretación de la democracia la que consiste en utilizar instituciones, manipular reglamentos, ignorar sentencias judiciales y romper las reglas que garantizan nuestros derechos, la muy denostada Constitución del 78.

Podría haber sido peor… Podrían haberles tomado la palabra y contestar al “Me voy de casa” con un portazo y un “Ala, adiós, espabílate como puedas”. Se habría evaporado de golpe la niebla embriagadora de la seguridad en el número y el independentismo se habría dado de bruces contra la dura realidad.

Y es que España es el mejor encaje para un conjunto de pueblos tan diversos como interdependientes, pueblos que también tienen cultura, historia y lengua y que han sufrido igualmente la crueldad de desavenencias pasadas. Quien más y quien menos tenemos algún muerto en las cunetas y todos queremos progreso y bienestar. Muchos, muchísimos, centenares de miles, somos si cabe más idealistas que quien quiere hacerse una casa nueva, pensamos que España, la casa vieja, se puede mejorar sin derribarla.

Contamos con todos los demócratas catalanes, españoles y europeos para hacerlo posible, contamos contigo.

Elisabet Acedo

Miembro Junta Directiva Cs Granollers