Que España es más fuerte de lo que parece a simple vista es lo que me hace escribir con esta seguridad, pese a los gobiernos que le han caído encima antes y después de la guerra. No sé si hay país con más orgullo, ni más tontería.

El último en rendirse ha sido esta semana Pablo Iglesias que ha salido por la tele veintidós días después del fiasco de su coalición el 21D pidiendo, con voz contrita, perdón por haber metido la pata con ese sí, pero no. Este coqueteo con la equidistancia del ‘sinsin’. Sin 155 y sin DUI.

Ha salido como el rey emérito tras la metedura de pata con la pierna quebrada. ‘Lo siento, no volverá a pasar’. Hay mujeres que no le perdonan que le haya puesto cuernos a la reina (ella con la clase de su linaje ha llevado el vía crucis de su reinado con ‘profesionalidad’).

Estas cosas todos lo reyes han caído, salvo Alfonso XII porque la reina  Mercedes murió a los seis meses de la boda; aún no se había fundido la luna de miel…

Pablo Iglesias salió ante la tele, con cara demacrada, diciendo que iba a perder la salud defendiendo a España. La nación española no necesita que sus ciudadanos pierdan la salud. Sino que pongan su máximo empeño en servirla. Que no sea su caballo de Troya. Lo lleva en sus genes. No tiene la culpa de que su padre fuera un terrorista del FRAP. Nadie elige su familia, pero sí que ha mamado desde la cuna el odio a los símbolos nacionales.

Un sentimiento que los padres de la Constitución del 78 no tuvieron cuando aprobaron los símbolos de la nueva España incorporando a la bandera rojigualda de Carlos III el rey alcalde, el escudo de la España de la II República derrotada por Franco.

La bandera morada es una reliquia del pasado. La simbiosis perfecta de la España democrática, sin el águila de San Juan del yugo y las flechas por las iniciales de Isabel y Fernando. No tardará en llegar el día en el los partidos de izquierda la saquen pasear como hacen en todos los países.

Es la última cicatriz de la guerra civil que los psicoanalistas sanarán más pronto que tarde. Las decenas miles de banderas que los catalanes compraron a los chinos para las ‘manis’ del 8 y 29 de octubre. Los manifestantes eran de todas las ideologías.

Esto es lo que Pablo Iglesias debe entender si quiere seguir soñando con llegar a gobernar, con el PSOE, a España.

Esta vieja nación maltratada por tantos gobernantes, dictaduras y corrupción, pero orgullosa de lo que es y ha sido, no está dispuesta a morir por más incompetentes que sean sus gobiernos.

España nunca votará a un partido que le ofrezca dudas sobre su españolidad. El PSOE no las ofrece, pero la camarilla de los Iglesias y las Colau y Domènech ofrece todas las dudas. Esto explica la depresión del líder Podemos.

Roberto Giménez